Los lavanda: Fellow travelers by Thomas Mallon

Los lavanda: Fellow travelers by Thomas Mallon

autor:Thomas Mallon [Mallon, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, General, LGBTIQA+, gay
ISBN: 9788492919406
Google: Np7QEAAAQBAJ
Amazon: 849291940X
editor: Plata
publicado: 2023-09-18T23:00:00+00:00


—Paul dice que hay casi cuarenta grados en San Luis.

—No estamos en posición de quejarnos, no —dijo Tim.

Mary Johnson, que había tenido que persuadir al joven para que se quitara la chaqueta a rayas, removió el pollo picado que tenía la hornilla a la par que expresó su descontento.

—Pues claro que podemos quejarnos.

—¿No suele hacer más calor en Nueva Orleans? —le preguntó Tim.

—Allí saben estar a la sombra. Solíamos pasar la mitad del día a oscuras, con las persianas echadas.

Ella lo miró mientras ponía los platos y las servilletas y le costó creer que aquel muchacho se pasara media vida así, escondido entre las sombras. Le recordaba un poco a Lon McCallister, el actor menudo y simpático que había tenido que besar a Katharine Cornell en Stage Doctor Canteen y que acababa de retirarse del cine a los treinta años. Ahora mismo se sentía un poco como la distinguida señorita Cornell, o al menos como la protagonista de Our Miss Brooks, aunque seguramente Connie Brooks no debía ser mucho mayor que Tim.

—¿Tienes noticias de él? —se animó a preguntarle de repente. A Tim se le iluminó la cara como si hubieran decidido ir directamente a por el postre.

—Me envió una postal de Bar Harbor —contestó él mientras la buscaba en su bolsillo—. «Querido Skippy —me suele llamar así—, por aquí lo único que hay son los periódicos de Bucksport, y hasta ellos se hacen eco todavía de los elogios al Ciudadano Cañas». Así es como llama a mi jefe. «No volveré hasta el día 1, y para entonces se supone que habrán instalado un aire acondicionado en cada ventana frontal del 2124 de la calle Eye. Ven cuando necesites despegarte el escapulario de la piel resudada. Por cierto, el programa de televisión de Sheen no llega por estos lares, así que madre tendrá que seguir otro tanto atrapada en las garras de la Reforma. HF».

Cuando terminó, Mary vio cómo se le encogían las facciones por la vergüenza. No porque fuera demasiado, sino todo lo contrario: aquello no era suficiente. ¿Dónde estaban el «con cariño», el «ojalá estuvieras aquí» o incluso algún doble sentido sobre el faro que aparecía en el anverso de la postal? El escapulario podía sugerir intimidad, sí, pero de una forma modesta y controlada, un racionamiento impulsado no por el miedo a las miradas indiscretas del cartero, sino por la cautela ante el corazón voraz del joven.

Mary tenía que darle la oportunidad de mostrar sus sentimientos y tuvo que obligarse a decir algo que lo permitiera:

—Seguro que lo echas de menos.

La gratitud en su rostro fue inmediata, aunque no llegó a decir nada.

—Le echamos de menos hasta en la oficina —declaró ella con amabilidad—. Claro que, bueno, suele ser insufrible.

—¿A que sí? —dijo Tim, cuya risa seguía siendo más de nervio que de alivio. Como si se hubiera acordado de los modales y de que debía compartir tal placer, le preguntó a Mary:

—¿Es Paul igual de insoportable?

Mary se lo pensó.

—Paul es, bueno, muy… soportable.

Tim le sonrió.

—¿Eso era un cumplido?

—Puede.



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